-¡Hey chicos, he traído el Party!
Cada vez que alguien suelta esto en una reunión/fiesta/cena busco donde esconderme. La última vez dije que me negaba, que no tenía problemas en que jugasen los demás… pero claro, eso no vale, o jugamos todos o ninguno, por una especie de ley no escrita que obliga a la participación de todos los presentes.
¿Por qué mi odio visceral a juegos de este tipo? Venga, voy a despotricar un poco que me apetece.

¿Qué es un party game?
En el argot, suele llamarse así a los juegos diseñados para muchos jugadores con un gran componente social y mecánicas sencillas.
En MI argot, los party games son los juegos a los que juegan los muggles, o sea la gente no friki. Que por el motivo que sea (no voy a entrar en esto) están “bien vistos” socialmente hablando. Y que son conocidos por todo el mundo.
Ejemplos de party games: el Trivial Pursuit, el Party, el Pictionary, el Scattergories, el Tabú… Y según mi propia definición, también entrarían aquí el Parchís, la Oca, los juegos tipo karaoke, mímica, etc.
No meto dentro de esta categoría a los clásicos juegos de cartas (léase que se juegan con baraja de naipes) o juegos de beber. Aunque sean conocidos por todo el mundo, la componente social es menor, y las mecánicas pueden estar muy bien diseñadas aunque sean simples. El Mus o el Póker, por ejemplo, son obras de arte del diseño de juegos, y su fama es merecida.
¿Por qué odio los party games?
Vaya por delante que no odio todos los party games, y que respeto a la gente a la que le gustan (ojalá pudiese decir lo contrario a la inversa): cualquier forma de entretenimiento lúdico sano me parece estupendo.
Pero la realidad es que cada vez aborrezco más estos juegos. He aquí las razones:
1 Porque con frecuencia son humillantes si no tienes determinadas habilidades/conocimientos
Muchos de los más conocidos party games son en realidad exámenes de “cultura general” que dejan en evidencia a los jugadores. En particular los juegos de preguntas y respuestas tipo Trivial, o que implican explicar o dibujar un concepto, como el Tabú o el Pictionary.
El pobre jugador, que no conoce dicho concepto, con frecuencia se enfrenta a la mirada de incredulidad con cierto toque de desprecio por parte de otros jugadores. “¿Pero cómo no vas a saber quién escribió Guerra y paz, o sea? ¡Pero si es muy fácil!”, a lo que cabría preguntarse si el mismo listillo que habla se ha leído (o siquiera sabe de qué trata) dicho libro.
La cosa se hace especialmente sangrante cuando no sólo tienes los conocimientos adecuados, sino que superas con creces a los del juego en cuestión, y sin embargo se impone lo que está escrito en una puñetera tarjeta.
Me acuerdo perfectamente del día en que dejé de jugar al Trivial. La pregunta en cuestión era quién había tomado Berlín durante la Segunda Guerra Mundial. Mi respuesta fue “los rusos”, pero en la tarjeta ponía “la Unión Soviética”. La persona con la que jugaba no me la dio por buena, y yo le dije que no volvería a jugar con ella (ni con nadie más).
Vale, de acuerdo, en este caso no fue un fallo del juego en sí, pero no deja de ser un problema derivado de un concepto común a estos juegos: las reglas son tan sencillas que casos como éste (demasiado frecuentes) quedan a discreción de los jugadores… por tanto, es un error de diseño del juego.
2 Porque las mecánicas, por llamarlo de alguna forma, son absurdas
No hay que confundir sencillez con falta de calidad. Hace poco hablábamos del Mascarade, que siendo sencillísimo no deja de estar bien diseñado y ser divertido. Por cierto, ¿podría el Mascarade pasar por un party game? Según la definición estándar sí, porque la componente social lo es casi todo y la mecánica es sencillísima; según la mía no: los muggles siguen viendo con cara rara a los jugadores de este juego.
Pero es que el diseño de la mayoría de los party games brilla por su ausencia. En el caso de los juegos de conocimientos/habilidades, realmente lo que menos importa es la estrategia de los jugadores: gana el que más acierta. O sea, gana el más listo, el más culto o el más creativo, no el que mejor juega.
Y en el caso de juegos como la Oca o el Parchís, de nuevo no hay estrategia alguna, los jugadores toman poca o ninguna decisión: no gana el que mejor juega, sino el que tiene más suerte con el dado. Vamos a acortar la agonía: tiramos un dado, y el que saque más, gana.
3 Porque casi nunca son divertidos
No sé qué hay de divertido en saber responder una pregunta, o saber dibujar determinado concepto. Es cierto que a veces suelen meter un reloj de arena para darle cierto carácter trepidante al juego, poniendo nervioso al jugador. Pero la sensación que se te queda al jugar no es de diversión o emoción, sino de agobio… y eso cuando no es frustración, porque en los casos en los que no se sabe qué hacer, ves pasar el reloj de arena demasiado lentamente.
Cierto es que en los casos en los que se potencia la creatividad pueden darse situaciones divertidas, pero eso es un mérito de los jugadores, no del diseño del juego en sí.
El caso es que los party games pueden ser entretenidos en general, un pasatiempo, pero casi nunca son divertidos.

En un capítulo de Cómo conocí a vuestra madre, Marshall inventa un juego con, y cito textualmente, “lo mejor de los mejores juegos de mesa de la historia”, al que llama marshgammon. El resultado es un bodrio que ni siquiera en la propia serie divierte a nadie. Pero claro, “los mejores juegos de mesa” según Marshall son todos party games que por sí solos no resultan divertidos, sólo que encima con una mecánica incomprensible. Aburrimiento elevado al cuadrado.
De todos modos este hecho está directamente relacionado con el último motivo de esta lista, que dejo para el final por ser el más importante.
4 Porque sus componentes son prescindibles, y por tanto es un timo comprarlos
No hay prácticamente ningún party game que no pueda jugarse prescindiendo de toda la basura que traen. Y ése es el motivo por el que la mayoría de estos juegos tienen su versión digital (casi siempre gratuita).
El tablero del Trivial es lo de menos, pues como dije, lo que importa es acertar más preguntas. Con frecuencia la gente prescinde de esto y se limita a “jugar” respondiendo directamente las preguntas de las tarjetas. Para “jugar” al Pictionary sólo hace falta un papel, un lápiz y un diccionario; todo lo demás que viene en la caja es prescindible.
Y ya no digamos los juegos de mímica o actuación. Para jugar a las películas nunca hizo falta material alguno aparte de las dotes interpretativas y la imaginación, pero si le pones un tablero, un dado y unas tarjetas parece que ya estás jugando a otra cosa.
En general, los party games no necesitan de ningún componente que no se pueda improvisar. Por eso me parece tan sangrante que te cobren lo que te suelen cobrar por una caja.
5 Por la reticencia de los muggles a aprender a jugar a otros juegos
Por algún motivo, cuesta muchísimo que alguien no acostumbrado a los juegos de mesa “de verdad” se anime a probar con éstos, dando por hecho que cualquier party game es más adecuado para la reunión en cuestión.
Curiosamente… no, curiosamente no… inevitablemente después de probar con el juego de mesa “de verdad” el party game pasa a ocupar el lugar de segunda opción que siempre debería tener. Pero para eso hay que vencer la resistencia del muggle a aprender a jugar a algo nuevo, algo que no suele resultar tan sencillo, sobre todo si estamos en minoría.
Afortunadamente el hecho de que cada vez más centros comerciales y grandes superficies hayan visto por fin el filón de los juegos de mesa en plena edad dorada, hace que se dé una especie de normalización de estos juegos entre el público general. Vamos, que poco a poco dejan de ser “cosas de frikis”. Y eso ayuda.

Pero el motivo principal, como decía antes, es…
Porque no hay historia
Puede parecer una tontería, pero el simple hecho de que haya un argumento de fondo es fundamental. Por tonto o simplón que sea, el argumento le permite a los jugadores meterse en la piel de un personaje, buscar un objetivo, empatizar con la ficha de colores.
Imaginemos un juego en el que se recrea una escena de cualquier peli de zombies. Los reclusos de un centro penitenciario tienen que escapar del mismo antes de que sea invadido por la marea zombi, pero la única forma de huir es mediante un helicóptero que está en el tejado del mismo, y que sólo tiene cabida para cuatro pasajeros.
Así que los reclusos se enzarzan en una carrera unos contra otros, primero teniendo que escapar de sus respectivas celdas, y después corriendo hacia el helicóptero, obstaculizando en la medida de lo posible a otros grupos.
Ya tenemos un argumento para el Parchís. Si pintamos el tablero del parchís con las ilustraciones adecuadas y en vez de fichas de colores metemos miniaturas de los reclusos, la cosa cambia bastante, ¿no? Seguiría siendo un mal juego por la mecánica tan aleatoria, pero al menos ganaría en emoción.
Éste es el gran problema de casi todos los party games. Lo que me lleva a la siguiente afirmación (tal vez algo arriesgada): el alma de cualquier juego es la historia, y por tanto, un juego sin historia no vale nada.

Honrosas excepciones
Es cierto que no todos los party games son así. Por suerte los juegos evolucionan, y también esta categoría tiene ejemplos que se salvan de la quema. Aquí van dos ejemplos (ambos con una puntuación superior a 7 en la BGG):
- Código Secreto: un juego que recrea dos grupos de espías que tienen que adivinar un código. Es simple y rápido (partidas de 15 minutos), pero te estruja el cerebro. De momento ya tiene algo de historia, con lo que para mí gana a cualquier otro party game clásico.
- Dixit: pocos juegos potencian la imaginación como éste. En cada turno hay una figura de “cuentacuentos”, que no tiene que contar un cuento pero sí inventarse algo que describa de refilón una de sus cartas. Aquí no es que el juego tenga historia, es que va de inventarse minihistorias. Además, sus cartas tienen ilustraciones preciosas. Atención, hay múltiples variantes y expansiones, en caso de duda buscar el original.
Los categorizo como party games porque tienen mecánicas muy simples y la componente social es parte fundamental de ambos, y porque, según mi propia definición, están aceptados por el mundo muggle. Al final del artículo tenéis como siempre los enlaces a Amazon por si os interesan.

¿Por qué me gustan otros juegos?
Claro, después de lo que he escrito puede parecer que no me gusta el componente social de los juegos de mesa. Al contrario, si sois fieles seguidores de mis artículos en la Taberna sabréis que precisamente una de las cosas que más me gustan es compartir buenos ratos con amigos o familiares alrededor de un buen juego.
El componente social para mí es fundamental. Una de las cosas que decía en este artículo que no entendía muy bien es el hecho de jugar en solitario a un juego de mesa, opción lúdica perfectamente válida que otros insignes jugones disfrutan. No es mi caso.
Pero el juego tiene que estar bien diseñado, y sobre todo tiene que transportarme a otro mundo, a otra escena, a otro rol. Un emocionante duelo en el salvaje oeste, una batalla de la Segunda Guerra Mundial, o la lucha por ser el pirata más famoso.
Tal vez ya me he hecho demasiado cascarrabias como para poder disfrutar con otra cosa, o tal vez simplemente ya estoy demasiado viejo para esto.
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