Desde las murallas de Viena sólo se ven tiendas, miles de tiendas con los colores del Imperio Otomano. Sería un espectáculo bonito si no implicase una certeza de muerte. El negro cielo tiende una capa oscura que enmarca las funestas intenciones de los turcos; ¿quién trae la lluvia, Dios o Alláh?
Los temidos jenízaros toman posiciones. Es la guardia de élite de Solimán el Magnífico, el emperador y líder de los ejércitos de Allah. Tras la toma de Constantinopla y la caída del reino de Hungría, nada parece ser capaz de detenerle en su imparable expansión.
El corazón de Europa se contrae, pues está a punto de recibir toda la furia del Islam. Si cae Viena, es probable que todo lo demás caiga también.
No sé vosotros pero yo recuerdo haber estudiado muy poco (más bien nada) en el colegio acerca de los asedios sufridos en Viena contra el imperio otomano. Es algo sorprendente, tanto por la épica de las batallas como por su enorme importancia en la historia europea.
Sirva esta humilde espacio para hablar un poco de ellos.

Primer sitio: el órdago de Solimán
Finales de septiembre de 1529. Solimán el Magnífico es dueño y señor del basto imperio otomano, sucesor islámico de los antiguos imperios clásicos.
Poca broma: los turcos han conseguido tomar Constantinopla y acabar con el Imperio bizantino, uno de los dos eventos (el otro es el descubrimiento de América) que los historiadores marcan como final de la Edad Media.
En su imparable expansión, hacia el oeste, los reinos cristianos europeos se enfrentan a un coloso. Hace sólo tres años, en la batalla de Mohac, los húngaros han sido aniquilados por los turcos con pasmosa facilidad. Y tras anexionarse buena parte del mismo (dejando tan sólo Transilvania con cierta autonomía… tal vez el terrible recuerdo de Vlad Tépes «el empalador» les hiciese desistir de entrar en aquellos lóbregos bosques), ya tiene a tiro su verdadera presa: el Sacro Imperio Romano Germánico.
El Mediterráneo es un campo de batalla, del que ya hemos hablado algo aquí. Pero por tierra también avanzan las hordas turcas.
Las tropas del Emperador Carlos V andan ocupadas, por cierto, combatiendo en Italia en respuesta a las agresiones de Francisco I de Francia. Así que el imponente ejército turco avanza hacia la desprotegida ciudad de Viena: llave del Danubio y, por tanto, de Europa central. Pero los vieneses no están solos: 1500 lansquenetes alemanes y 700 arcabuceros españoles llegan a su auxilio. Claramente insuficientes frente a los 120.000 soldados turcos, entre los que se encuentran los terribles jenízaros.
La lucha contra el tiempo
Al final, un asedio es una carrera contrarreloj. Los defensores intentan aguantar el tiempo suficiente como para que lleguen los refuerzos; en el caso de Viena hay todo un Imperio detrás que, tarde o temprano, va a reaccionar. Y los atacantes deben tomar su objetivo antes de que lleguen dichos refuerzos o se tengan que enfrentar a determinados problemas logísticos: mantenimiento de las tropas (lo que implica defender la cadena de suministros), y enfrentarse a los rigores del invierno, especialmente duro para un ejército acostumbrado a climas más cálidos.
Los defensores saben lo que hacen. Bajo el mando del experimentado conde Nicolás de Salm, han reforzado las murallas, levantado empalizadas en los límites del río, y utilizado los adoquines para evitar el daño que causa la artillería otomana al explotar en contacto con la piedra del suelo; dichas piedras sirven ahora como una segunda muralla por si cae la primera.
Solimán tiene todas las de ganar, pero sabe que no va a ser sencillo. Así que lanza un ultimátum (el mismo que lanza a toda Europa): o se convierte todo el mundo al Islam, pudiendo mantener sus vidas y sus posesiones, o cabeza fuera. La historia de siempre, vamos.
Si nos ponemos en la piel de los defensores de Viena, que debieron quedarse pasmados al ver todo el horizonte sembrado de tiendas turcas, tal vez no resulte nada descabellado ceder a las presiones del sultán. Pero no fue el caso.

Por suerte para los imperiales (¿auxilio divino?), una lluvia constante inutiliza la potente artillería otomana. Así que el asalto tendrá que ser a las bravas, cavando trincheras con el objetivo de explotar una mina bajo la muralla.
Los combates se suceden día a día, los turcos cavando y luchando contra el tiempo, que en este caso tiene un doble sentido: el de la urgencia y el meteorológico; y los defensores tirando a todo turbante que ven y aguantando como pueden.
Hasta que ocurre lo inevitable: una mina ha cumplido su objetivo, y una parte de la muralla se viene abajo. Es la ocasión que esperan los jenízaros. Tres columnas se lanzan al ataque, tienen la victoria al alcance de la mano.
Pero los lansquenetes y los arcabuceros son un hueso duro de roer. Defienden el hueco a la desesperada, ocurriendo una matanza de enormes proporciones. Los jenízaros son rechazados. Y por primera vez en su historia, se quejan por luchar a muerte sin nada a cambio. El sultán les promete una compensación adecuada, ¡qué remedio!
Sin embargo, la batalla está perdida. La verdadera batalla, que es la de la moral. Pues aunque Solimán puede seguir enviando tropas, y tarde o temprano conquistará Viena aunque sólo sea por pura superioridad numérica, las bajas son excesivas, el ánimo está por los suelos, y no podrá mantener Viena cuando llegue el contraataque imperial. La única salida lógica es la retirada.
Viena está a salvo, y con ella el centro de Europa, aunque a un alto precio (el mismo Nicolás de Salm morirá por las heridas recibidas). ¿Pero por cuánto tiempo?
Segundo sitio: la batalla de Kahlenberg
Ha pasado un siglo y medio desde el anterior sitio. Tras al heroicidad de la primera defensa, han ocurrido otras, como el sitio de Castelnuovo en 1529 (del que ya hablamos aquí), el de Malta en 1565, o la decisiva batalla de Lepanto en 1571. El imperio otomano da muestras de flaqueza y está en claro declive.
Pero los protagonistas vuelven a ser los mismos: los turcos, intentando asestar un golpe al corazón de Europa, y el Sacro Imperio con los Habsburgo al frente, que en esta ocasión se ve ayudada por una coalición, la Mancomunidad de Polonia- Lituania.
Los turcos vuelven a movilizar un ejército formidable y la historia se repite: los vieneses aguantan dos meses de asedio con una guarnición de 15000 hombres, mientras los refuerzos están en camino. En esta ocasión no llueve copiosamente, la artillería otomana puede descargar toda su furia; pero se ha quedado anticuada debido al aislacionismo impuesto por los sultanes. Los cañones vieneses son más eficaces (aunque con menor munición). Viena terminará cayendo, con total seguridad, pero no será bajo el implacable ataque, sino por la enfermedad y el hambre.
Esta vez los turcos no se retiran, ni siquiera cuando llegan las tropas de refuerzo pues consideran que no merecen mucho la pena. Kara Mustafá, el general otomano al mando, envía a 50000 caballeros turcos y tártaros a hacerles frente, manteniendo a la élite de sus tropas (los jenízaros) en las trincheras. Craso error.

La carga de los Húsares Alados
La coalición cristiana hace frente a los turcos en las laderas del monte Kahlenberg. En el ala izquierda, las tropas de Lorena; por el centro, los francones y bávaros; y por la derecha, los Húsares Alados polacos.
Los Húsares son un potente cuerpo de caballería pesada. Los comanda su rey, Jan Sobieski, y descienden por la escarpada ladera a toda velocidad, dando toda una lección de habilidad ecuestre.
El choque es brutal. Los Húsares arrollan con sus lanzas a los turcos y tártaros. En tan solo treinta minutos se deshacen las líneas otomanas, pero la carga de los Húsares aún no ha terminado. Llegan a las trincheras y dan buena cuenta de los sorprendidos jenízaros.
¿Sabéis la batalla de los campos del Pellenor? ¿La carga de los jinetes de Rohan? Pues algo parecido.
En fin, Mustafá escapa a duras penas de la masacre, dejándose detrás más de 20000 muertos, frente a unas bajas cristianas que no llegan a 2000.
Viena está a salvo de nuevo, y esta vez será definitiva… al menos en lo que se refiere a los turcos, que no volverán a intentarlo. Poco a poco, los territorios perdidos por Austria, Hungría, Rusia y Polonia, se irán recuperando. Y el imperio otomano no volverá a ser lo que fue.
Recomendación: no dejéis de escuchar el podcast 169 de Histocast, en el que narran este mismo asedio (entre otros igualmente épicos).
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1unaccompanied
Conocía, en la medida de lo posible, el primer asedio, por culpa del molón, aunque no muy objetivo Robert E. Howard, pero ignoraba el episodio de los húsares ¡Qué venirse arriba bajando abajo! Una pasada. Gracias por el qué y por el cómo, caballero.
¡Gracias a ti!