Como todo buen tabernero que se precie, Brottor se caracteriza por conseguir que todo visitante de su afamado establecimiento se encuentre como en su propia casa, ya sea uno de los regulares o un recién llegado que pasaba por allí. De igual forma, los jugones más avezados siempre cuentan dentro de su catálogo de juegos con algún ejemplar disponible para las ocasiones en que se presenta la oportunidad de plantear una partida con asistentes no habituales a las reuniones de juego.
Mecánicas de juego sencillas, un tiempo de preparación de la partida y de explicación de las reglas más bien breve y un despliegue de componentes de juego que no asuste (no vayan a notar los novatos que estamos tratando de sumergirles en nuestro mundillo) son los imprescindibles de este tipo de juegos que, cuidado, no por gustar a los muggles dejan de satisfacer a los jugadores avezados.
Bohnanza o «El de las judías»
Cuando, en plena reunión social de carácter no lúdico, alguno de los asistentes no jugador habitual sugiere echar una partida a tal o cual juego sabes que has dado con uno de estos juegos. Tal es el caso, obviamente, de Bohnanza, más conocido como ‘el de las judías’, un título indiscutiblemente descriptivo y a todas luces más fácil de recordar.

Bohnanza cumple con todos los requisitos que comentábamos antes. En esencia es un juego fundamentado en la negociación entre jugadores (un sistema que suena familiar a todo el mundo gracias a grandes clásicos como el Monopoly); su funcionamiento se puede asimilar con el cásico combo de ‘5 minutos de teoría, más una ronda de prueba de práctica’; y al tratarse de un juego de cartas de ilustraciones sencillas y escueta información de juego en las mismas, resulta aparentemente inocuo a primera vista.
Dependiendo de la edición que consigamos o el país de procedencia, la cantidad y variedad de cartas puede cambiar (en las ediciones inglesa e hispana se incluía como parte del juego básico algunas cartas que formaban parte de una expansión en el original alemán), pero esto no variará la esencia del juego.
Las cartas en sí son de buena calidad, con recubrimiento plástico, tacto agradable, y razonablemente resistentes. Las ilustraciones de las mismas tienen un aire caricaturesco que le viene bien al juego, porque tiene a predisponer a los jugadores a tomarse la partida con algo de informalidad, fundamental para el éxito de la misma en términos de diversión del grupo como veremos más adelante. Por lo demás son un tanto simples, sin mayor elaboración que alguna intención de juego de palabras con las denominaciones de las legumbres en cuestión, pero se echa de menos algo más de cuidado en un apartado en el que estamos acostumbrados a ver auténticas obras de arte de la ilustración en la mayoría de juegos modernos.
Gracias a un inteligente sistema en el que las mismas cartas sirven a la vez como instrumento de juego, sistema de contadores de puntuación, y ayuda de disposición de la partida en la mesa, el juego no cuenta con más elementos físicos, por lo que es fácilmente transportable, sobre todo si prescindimos de la innecesariamente sobredimensionada caja que lo contiene.
¿Dos judías apestosas por mi judía de cera? ¡Bhua-ja-ja-ja!
En esencia, en Bohnanza cada jugador adquiere el poco glamuroso rol de horticultor de legumbres. Cada carta representa a una judía que, trasladada de la mano del jugador a una pila frente a sí (‘plantada en uno de sus huertos’, según el imaginario del juego) contribuirá a incrementar los beneficios del jugador-empresario rural al ser recolectada posteriormente, canjeada por un valor que variará en función de la rareza de la judía en cuestión en el total del mazo de cartas del que se compone el juego.
La mecánica del juego se encarga de poner unas trabas a esta rutina que aportan los fundamentos de la diversión: El jugador está obligado a plantar alguna judía cuando le llega su turno; dispone de un número de huertos limitados en los cuales únicamente puede coexistir un tipo de judía a la vez; y (esta es quizá la mecánica más original del juego), los jugadores no pueden variar la disposición de las cartas de su mano, por lo que se verán obligados a jugar las cartas en el orden en el que les son suministradas.

El objeto de todas estas dificultades no es otro que el de obligar a los jugadores a implicarse en la auténtica esencia del juego si quieren alterar en algo su suerte: el mercadeo. Cada jugador tendrá múltiples ocasiones por ronda para intercambiar cartas con el resto de participantes de forma bastante libre; los motivos del trueque pueden variar enormemente, desde conseguir cartas útiles a deshacerse de otras que suponen un obstáculo a los propios planes de progreso horticultural. Esto contribuye a que el valor relativo de las cartas pueda variar enormemente respecto al valor que tienen en la moneda interna del juego; ser capaz de percibir estos factores (es decir, cuán necesario es para el jugador con el que se está negociando deshacerse de la carta que nos está ofreciendo) es una de tantas habilidades de negociación que se pueden incorporar al juego para nuestro provecho.
Es mi fabada, y me la llevo
La mecánica contribuye con otros factores, muy bien pensados, a enardecer estos procesos negociadores, que constituyen la auténtica esencia del juego: Aunque la mano del resto de jugadores está oculta, sí se pueden ver sus huertos en todo momento, lo que permite al jugador observador hacerse una idea de las necesidades y urgencias de sus oponentes en función de las cartas que intentan obtener en las negociaciones. Además, la puntuación de cada jugador se va acumulando conforme avanza la partida de forma semioculta (los puntos se acumulan en forma de pila de cartas-moneda), por lo que hasta cierto punto se puede deducir qué jugadores llevan ventaja pero no estar totalmente seguro de quién tiene el liderazgo absoluto, por lo que se favorece la creación de alianzas contra los jugadores aventajados sin caer en la práctica de ‘todos contra el líder’ que nos explicaba Brottor en su reseña del afamado Munchkin.
Indudablemente esta importancia del elemento negociador es el principal factor de éxito del juego en todos los ambientes. El hecho de que la interacción social prime sobre la pura estrategia, la planificación sesuda, o la habilidad manual (virtudes en sí mismas en otras categorías de juegos) hacen que esta sea la solución perfecta para reuniones informales en el que el número de asistentes coincide con el amplio abanico de jugadores que pueden conformar una partida de Bohnanza.
Ahora bien, al igual que ocurre en el rincón de la taberna que Brottor me presta de cuando en cuando para perpetrar mis conciertos, el ambiente colectivo lo es todo; si a algún borracho le da por tirarle tomates al gnomo, la diversión de todo el mundo se va al garete (digo yo). Igualmente, en el mundo rural-capitalista de Bohnanza, un jugador que se tome demasiado en serio la partida, que se ofenda por verse injustamente perjudicado por la forma de mercadear del resto de jugadores, o que por cualquier otra variante de comportamiento incorpore al juego alguna rencilla personal con otro participante puede arruinar la diversión del grupo.
La importancia que el juego le concede al comercio entre jugadores va en detrimento de otras mecánicas de juego que aquí brillan por su ausencia: realmente hay pocas decisiones estratégicas que tomar en una partida, y el puro azar puede condicionar enormemente nuestras posibilidades de victoria. Difícilmente se pueden interpretar esto como defectos en un juego informal como éste; realmente, cuánto más complicada nos ponga la suerte la partida por la disposición de nuestras cartas, más divertidas se vuelven las negociaciones, que es de lo que se trata.
Ampliando el recetario
Como con todo juego de relativo éxito, los creadores de Bohnanza han tratado de sacar más jugo a la criatura mediante la publicación de sucesivas ampliaciones de variado interés. En general, se trata de incorporaciones de nuevas cartas, o variaciones más o menos importantes de la mecánica de juego mediante nuevas posibilidades de gestión de las judías o juegos paralelos que incorporan una nueva capa estratégica a las partidas.
En cualquier caso, todas estas incorporaciones son siempre interesantes para los jugadores experimentados que valoran toda clase de nueva complejidad que le aporte profundidad a la mecánica de juego, pero inevitablemente van en perjuicio de su principal virtud de servir de entretenimiento para todos los públicos.
Bohnanza supone pues una excelente incorporación al catálogo de juegos de los coleccionistas veteranos que siempre agradecerán tener un señuelo de estas características para atraer a insospechados futuros jugadores.
Gracias por la colaboración, estoy seguro de que no será la última…
Pues sí, este juego fue un descubrimiento, producto de buenas tardes de entretenimiento. No puedo estar más de acuerdo con la reseña.
Apúntate una pinta gratis, Klímtrax. Si además tocas algún tema… entonces no. 😉
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Pues sí, este juego fue un descubrimiento, producto de buenas tardes de entretenimiento. No puedo estar más de acuerdo con la reseña.
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