Mayo es el mes de Madrid. Ayer mismo (día 15) fue la festividad de la ciudad, por ser el día de San Isidro; y a comienzos del mes, el 2 de mayo es el día grande de la Comunidad.
Antes de empezar, quiero aclarar que tengo una relación de amor-odio con Madrid. Es la ciudad en la que vivo, pero la detesto por diversos motivos que ahora no vienen al caso; en cuanto mis circunstancias vitales me lo permitan saldré corriendo de aquí (preferiblemente a mi querida Asturias, donde están mis raíces, pero me valdrá cualquier otro destino si eso no es posible). Al mismo tiempo, es una ciudad que respeto y en la que ha ocurrido buena parte de las cosas importantes de mi vida. Así que es de justicia que le dedique un artículo a las dos «batallas» que marcan su historia (no incluyo la de la Guerra Civil porque no fue propiamente en la ciudad, y sobre todo, porque no quiero meterme en camisas de once varas).
Vamos a ello.

Los gatos de Madrid
A los madrileños «de pura cepa» (3 generaciones mínimo) se les conoce como gatos. Para conocer el origen de este simpático apelativo tenemos que remontarnos a la Edad Media, en plena Reconquista.
En época visigoda hubo un asentamiento llamado Matrice (de matriz). Pero serían los musulmanes los que construirían una fortificación en condiciones, a la que llamarían Mayrit (en castellano antiguo Magerit).
Esta fortificación, junto a otras como la de Talamanca del Jarama, forman parte del anillo defensivo que el emirato de Córdoba ha diseñado para proteger Toledo.
Porque Toledo es la clave de todo, siempre lo ha sido. Ya cuando Tarik y Muza llegaron a la península tenían muy claro que, si controlaban la vieja capital goda, el resto sería cuestión de tiempo (no contaban, probablemente, con la resistencia norteña, pero eso ya es otra historia). Y casi cuatro siglos después, a finales del XI, los ejércitos cristianos del rey Alfonso VI de León intentan darle la vuelta a la tortilla retomando Toledo.
Así que es vital tomar, en primer lugar, estas fortificaciones defensivas, para no dejar en manos del enemigo importantes puestos fronterizos que podrían arruinar la fiesta desde la retaguardia. Ardua tarea, pues la fortaleza de Magerit está bien posicionada.
Las tropas cristianas se disponen a un largo asedio, la cosa no va a ser sencilla. Pero entonces aparece el héroe de la historia. Un joven que afirma que es capaz de trepar por la parte más alta de la muralla (que no está defendida porque el enemigo no se espera que nadie pueda subir por allí) con una soga, afianzarla arriba, y ayudar a los soldados en la ascensión.
Parece una locura, la altura es descabellada. Pero el riesgo es mínimo y las posibles ganancias son enormes: si el joven quiere romperse la crisma, allá él, y si por ventura la cosa sale bien, se habrá resuelto un grave problema de un plumazo.
Así que el valiente joven se apresta a la tarea, y con la única ayuda de una daga, se dispone a trepar por la muralla. Contra todo pronóstico, tiene éxito, así que los cristianos van trepando por la soga y no tardan en hacerse con la muralla, pillando por sorpresa a los centinelas musulmanes.
Yo me imagino, aunque no figura en ningún lado, que esta operación se tuvo que realizar por la noche, al abrigo de la oscuridad. También supongo que batalla, como tal, no hubo ninguna. Ante una manifiesta inferioridad numérica, los musulmanes no debieron tardar en rendirse, pues su única esperanza era el abrigo de las murallas, y al perder éstas ya poco podrían hacer.
Se desconoce el nombre de aquel valiente joven que capturó Magerit, como quien dice, él solito. Pero desde aquel momento le llamaron «gato», en honor a su felina agilidad trepando muros. Y en recompensa por su servicio, el propio rey ordenó cambiar su apellido para que desde entonces fuese el de Gato.
El bueno de Gato se afincó en Magerit (no está claro, pero parece ser que vecino de la misma). Se da la circunstancia, además, que tanto su hijo como su nieto destacaron igualmente en la guerra contra los musulmanes. Y es por ello que desde entonces se llama «gatos» a los madrileños de tercera generación.
No será una batalla, pero sí un hecho de armas digno de contar.

La batalla del 2 de mayo
La acción se mueve 7 siglos en el futuro. Mucho ha pasado en ese tiempo, y Madrid ha sido la capital del gran Imperio Español, ahora en imparable decadencia.
Los franceses dominan Europa bajo el férreo mando de Napoleón, que hace y deshace a su antojo. Ha aprovechado el Tratado de Fontainebleau para llenar la península de soldados, en supuesto camino hacia Portugal. Y se la está metiendo doblada a los españoles, que ya están viendo que la cosa pinta mal. En marzo se da el motín de Aranjuez, tras lo que Murat ocupa la capital y la corte se ve forzada a irse a Bayona, donde abdicará en favor de José I Bonaparte (Pepe Botella).
La cosa ya se venía fraguando, pero el 2 de mayo corre el rumor de que los franceses quieren llevarse al resto de la familia real, los hijos de Carlos IV, María Luisa y Francisco. La Junta de Gobierno, que representa al rey Fernando VII, se niega en redondo, pero esta junta es un títere en manos de Murat. Así que los vecinos deciden plantarse en Sol y no dejar que los franceses se salgan con la suya.
Y éstos, acostumbrados a arreglar sus problemas a tiros por toda Europa (y Egipto), pues aplican la misma técnica. Así que los fusiles se encargan de apaciguar a la masa que se concentra en Sol. Con lo que no cuentan es que están tratando con un pueblo orgulloso, que hasta hace poco era un imperio.
Cualquier cosa que cuente en este artículo se va a quedar corta. Recomiendo encarecidamente la novela de Pérez Reverte Un día de cólera, donde se cuenta con maestría y escasas licencias todos los avatares de la sangrienta jornada.
Pero quiero destacar la profunda huella que dejó aquella sublevación. Porque tiene dos cosas extraordinarias: la primera, que la protagonizaron gentes de a pie, humildes, vecinos que se lanzaron a la calle con lo que tenían a mano; macetas, sartenes, o navajas. Y sus huevazos, claro.
Hay que echarle muchos bemoles para enfrentarse a los temidos mamelucos y coraceros franceses, lo mejor de lo mejor de la época en cuanto a poderío militar. Es como si a día de hoy hubiese que enfrentarse a navajazos con los marines estadounidenses, o a los tercios españoles del siglo XVI.

La segunda es que esta batalla ocurrió en las calles de la ciudad. No en un campo de batalla lejano o en una fortaleza. En las propias calles, las mismas donde hoy juegan los niños, salen a tomar algo los mayores, y se contaminan todos con el humo de los coches.
No se alzó en armas la ciudad entera, claro. De haber sido así, ni un sólo mameluco habría salido vivo de allí. De hecho la mayoría del ejército y de la población no movió un dedo, puede que atemorizados (y con razón), o puede que prudentes, que al final es lo mismo pero con más justificación. Pero sí hubo un buen número de combatientes, se pueden contar por miles los españoles que se jugaron el tipo contra los franceses.
Y sí, no dudo en llamarlo batalla, porque una batalla fue. Una batalla es un enfrentamiento entre dos ejércitos, sin importar el número o la calidad de las tropas de ambos bandos. ¿Qué importa que los vecinos no fuesen militares? También hubo algunos soldados españoles que se batieron con los franceses: los que comandaron los capitanes Daoiz y Velarde (uno cántabro y otro andaluz, por cierto) en la defensa del parque de Monteleón, que hoy es la Plaza del 2 de Mayo, en el barrio de Malasaña (que a su vez se llama así en honor a Juan Malasaña y su hija Manuela).
Fue una batalla, con movimientos estratégicos (Murat sabía que tenía que hacer converger sus tropas en el centro de Madrid), con bajas en ambos bandos bandos. Y con una consecuencia histórica indiscutible: aunque sobre el papel ganaron los franceses, los españoles consiguieron encender la chispa que, el día después, al son de los fusilamientos que tan crudamente retrataría Goya, haría que comenzase la Guerra de la Independencia (con episodios como el de Bailén o Somosierra), que a su vez sería el comienzo del fin de la supremacía de Napoleón.
He vivido durante algunos años a tres manzanas de la Plaza del 2 de Mayo, y he salido de fiesta decenas de veces por el barrio de Malasaña. Y cada vez que paso por allí no puedo evitar imaginar lo que debieron vivir mis vecinos de hace dos siglos (no es tanto), aguantando al pie del cañón con lo que tuviesen a mano frente al ejército más poderoso del mundo. Sin más objetivo que no dejarse pisotear.
Cuando de lo único que podía presumir el pueblo era de ser orgulloso.

Antes de despedirme, si queréis saber más de la historia y leyendas de Madrid os recomiendo el blog de Diego Salvador. Muchos pequeños artículos con curiosidades muy interesantes.
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Stendhal decía que España había conseguido con inmensa fortuna tener una monarquía parlamentaria bicameral sin que se hubiera derramado una gota de sangre. El dos de mayo lo trastocó todo y decía que igual dentro de doscientos años tendría lo mismo que entonces: una monarquía parlamentaria con dos cámaras y un rey de origen francés (Borbón) pero que habría costado mucha sangre y muchas guerras. Lo clavó.
XD
Muy buen reportaje como siempre! Un gato auténtico me contó una historia sobre un bar en Lavapiés. No recuerdo muy bien el nombre del local pero era algo de un barril. Se ve que en honor a que una vez apareció un soldado napoleónico y borracho la lió parda acabando ahogado con algo de ayuda de los parroquianos habituales en un barril de vino y allí quedó escondiendo el crimen los locales.
Estoy igual en lo referente a sentimientos con esta gran urbe. Cosas de trabajo me trajeron y para 8 años aquí donde mis dos monstruitos han nacido. La respeto y la disfruto como la odio a partes iguales. Si bien amo mi tierra catalana deseo vivir lejos, a ser posible continente para arriba. Nacido en Barcelona de familia gerundense/vasconavarra/manchega/norte europea y asiático pacífica. Mi genética convulsa me debe hacer estragos :D.
¡Por cierto! Ya acabé tu libro la Rebelión del Norte. ¡Genial! Ya lo estoy recomendando por mi círculo.
La vertiente asiático-pacífica ya es la pera, ¡menuda mezcolanza! XD
Muchas gracias, me alegro de que te haya gustado. Acuérdate de colocar una reseña en Amazon, Goodreads o donde sea, y me haces un enorme favor.
¡Sin dudarlo voy a ello!
Por cierto, deduzco que eres un amante de la buena cerveza. Igual lo conoces pero si no es así en calle de la ruda, regentada por un amigo mio y paisano tuyo tienes a Javier y su tienda-bar «La tienda de la cerveza» cerquita de la estatua de Cascorro. ¡Lo disfrutarás! 😀
Lo conozco de sobra, he ido con mis colegas varias veces a proveernos. Excelente tienda, sí señor. 🙂